Una vez creí en un cielo capaz de acurrucar con su inmensidad, los baches persistentes en las relaciones humanas. Pero a la medida en que mis experiencias adquirían toques añejos, me di cuenta de que las grietas no hacen mas que tatuarse inmersas en el alma. Adquieren tamaño, convirtiéndose en una especie de cráter invisible, que aparece cada vez que el poder de invisibilidad que le atribuimos disminuye.
El sabor amargo que nos deja el pasado, nos persigue como un carrito chocón a nuestro asecho. Buscando siempre la manera de virarnos, pasarnos por arriba, prendernos en fuego, y luego dar reversa para pisotearnos de nuevo. Y luego, las personas se atreven a preguntarnos por que no confiamos? Es que es difícil borrar por completo, amenos que se utilice una maquina que barra, lave con jabón, y saque brillo al interior de nuestra cabeza. Por lo que las heridas, que causan los seres a nuestro alrededor, afectan algunas de nuestras relaciones futuras con los demás, y complican las mismas. Sentir rencor es malo, y preenjuiciar al otro por lo que nos ocurre en el pasado es peor. Pero la realidad es que para sobrevivir en armonía debemos de confiar, sin importar que tan grande sean esas grietas que nos quebrantan. Solo así, podremos ser realmente felices, y lograremos conectar con seres magníficos en nuestra vida.
La verdad es que ya no creo en ese firmamento que simplemente lo tape todo. Con la madurez, he comprendido que estas cosas no se disuelven por arte de magia, sino que provienen del auto- poder de las personas. Así que, demos todos un clic para activar el modo “invisible” de nuestros cráteres internos, armándolos con un escudo extra fuerte en caso de que se presenten algunos carritos chocones.
Miremos hacia delante, allá esta José, Juanita, Caro, Julia, Maru y Carlitos, bailando en el jardín secreto que se intercomunica con el futuro.
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